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Regreso a Venecia por Mathias Klotz



Diario El Mercurio, Sábado 21 de Julio de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/07/21/regreso-a-venecia.asp

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Hace muchos años, al terminar la universidad y graduarme de arquitecto, fui por primera vez a Europa. Sobreviví cuatro meses con 25 dólares diarios, durmiendo en trenes y comiendo “el menú del día”.
En estas condiciones llegué a Venecia el 17 de septiembre del ‘89. Lo hice en tren desde Roma, sin duda la forma más linda de llegar a la ciudad. Luego de parar en la estación Santa Lucía, construida durante el fascismo, me bajé del tren y caminé por el andén hasta la puerta. La emoción fue inmensa al ver que me encontraba en medio de lo más sorprendente y hermoso que había visto nunca en mi vida: embarcaciones, palacios y gente por todas partes, moviéndose a un ritmo de cámara lenta.
Estuve solo un par de noches, porque incluso el albergue estudiantil de la Giudecca era muy caro para mi bolsillo. Me perdí una y otra vez por las calles laberínticas y recorrí lo más que pude en el vaporetto nocturno de la línea 1.
Pasaron años antes de que regresara, pero desde hace un tiempo voy todos los meses de julio a hacer clases. He tenido la suerte de conocerla en profundidad, y he logrado una cierta cotidianeidad, aunque solo sea una ilusión temporal. Es un lujo difícil de describir, ya que el encanto de este lugar es tan inmenso como único.
Además de sus calles, canales, palacios, museos, bienales y una oferta cultural inagotable, Venecia tiene la particularidad de estar en medio del agua. Y esta condición tiene consecuencias que van más allá de lo evidente. El agua le ha servido desde su fundación –y hasta el día de hoy– para protegerse de los bárbaros y poder desarrollar la vida, el comercio y la cultura libre de amenazas; pero también para evitar que el tránsito de autos la contamine.
Aquí no hay apuro, no hay bocinas, todo se hace muy lento. La ciudad se mueve a la velocidad del peatón, los vecinos se saludan en la calle y se paran a conversar. No hay delincuencia, los niños andan libres por las calles sin temor a que los atropellen o los asalten. Se va de compras con un carrito. No hay supermercados sino almacenes. La compra no se hace para el mes sino para un par de días, ya que luego los paquetes se transportan a pie y se suben por las escaleras empinadas.
La carne y el pescado se venden frescos en el mercado del Rialto o en otros menores que se instalan en las distintas plazas, llamadas campos que conforman los barrios. No hay malls sino pequeños comercios de artículos locales, hechos en Venecia, no en China...
A diferencia de nuestras ciudades, aquí la mayoría de los barrios y rincones, por sencillos que sean, han cambiado muy poco en los últimos 500 años, y parte significativa de lo construido data desde hace más de mil.
Los vecinos son orgullosos de sus tradiciones, las defienden y se expresan en todo tipo de festivales y competencias. Fuera del carnaval de Venecia, hay infinidad de otras fiestas como la del Redenttore, regatas, la maratón.
Venecia es un lugar que no solo invita a ver cosas extraordinarias, sino a hacer una pausa y volver a disfrutar con cosas sencillas en un ambiente a escala esencialmente humana.

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